domingo, 22 de junio de 2008

Mitos y Realidades, columna de J.J. Brunner

Despejar los mitos que existen sobre la educación haría que el apasionado debate actual fuera más productivo.

El debate en torno a la educación ocupa el centro de la agenda pública. Es un signo alentador. Pocos países discuten de manera tan vital y apasionada sobre el futuro de su sistema escolar. Con todo, hay ciertos mitos que entraban la argumentación y dificultan los acuerdos.

Primero, el mito de la historia: se sostiene que en el pasado Chile tuvo una educación ejemplar. No es así. Durante casi 150 años su educación fue excluyente y elitista. En 1950, un 49% de los niños y jóvenes entre 6 y 18 años permanecía fuera del sistema escolar; apenas un 13% de los alumnos del estrato bajo ingresaba al primer año de la educación media y sólo 3 de cada 100 jóvenes entre 20 y 24 años cursaban estudios superiores.

Es un mito por tanto que tuviésemos una educación ejemplar. Ella era un privilegio y una fuente de segregación.

Segundo, el mito de lo peor. Se dice que Chile tiene uno de los sistemas escolares de peor calidad. En términos internacionales, por el contrario, Chile es calificado por la Unesco entre los países con un alto Índice de Desarrollo Educacional, en el lugar 35 entre 125 países con información comparable. Este índice combina mediciones de cobertura, tasas de sobrevivencia escolar e igualdad de género en la educación.

En cuanto a resultados de aprendizaje, en la más reciente prueba PISA (escala de comprensión lectora) Chile ocupa el quinto lugar entre 23 países en desarrollo participantes, excluyendo por tanto a los de más altos ingresos. El puntaje promedio chileno es similar al de Israel y la Federación Rusa. Lejos de ofrecer la peor educación, el sistema escolar chileno tiene un desempeño razonable (¡que por cierto queremos mejorar!) si se considera el nivel de gasto y el hecho de que nuestra sociedad exhibe uno de los mayores niveles de desigualdad en la distribución del ingreso.

Tercero, el mito del elevado gasto. Se dice que Chile ha aumentado notablemente su gasto en educación sin resultados tangibles. Doblemente falso. Por lo pronto, el gasto público en educación medido como porcentaje del PIB es inferior en Chile al gasto promedio de los países de ingreso medio alto y al de los países latinoamericanos.

A su turno, el incremento de recursos fiscales destinados a la educación escolar permite apenas financiar una subvención de alrededor de 38 mil pesos mensuales por estudiante, cuando toda familia que envía a sus hijos a un colegio particular pagado gasta no menos de 150 mil pesos por mes.

Enseguida, es de suyo evidente que el mayor (pero aún modesto gasto público por alumno) se expresa tangiblemente: en la universalización de la enseñanza para el grupo de 6-18 años de edad, una mejor (aunque aún insuficiente) remuneración de los docentes, más infraestructura y equipamiento, la jornada escolar completa y unos resultados de aprendizaje que, si bien son inferiores a los que aspiramos, son mejores de lo que tenemos derecho a esperar vista la reducida inversión que hacemos en nuestros alumnos y la pobre preparación y escaso apoyo que ofrecemos a los profesores.

Si lográsemos despejar estos mitos -y otros que circulan impunemente- el debate sería más productivo y facilitaría los acuerdos que necesitamos para avanzar.

Fuente: El Mercurio

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